Arzobispo de Caracas recordó a Monseñor Juan Bautista Castro en el centenario de su fallecimiento



El cardenal Urosa expuso que monseñor Juan Bautista Castro se consagró sacerdote en una “nefasta época, demostrando gran valentía”, y “consciente de las dificultades que viviría en un país sometido a los arbitrios de sus gobernantes

Ramón Antonio Pérez / @GuardianCatolic
Fotos: Juan Carlos Zambrano

Caracas, 24 de agosto de 2015.- Monseñor Juan Bautista Castro “fue realmente un extraordinario sacerdote, ejemplo de entrega, de amor, de virtudes, de celo pastoral, para los sacerdotes de todos los tiempos. Fue un gran Arzobispo, que dio nuevo impulso a la vida de la Iglesia en el país. Fue un hombre virtuoso y digno, valiente y emprendedor, entregado a la gloria de Dios, y lleno de tierna devoción por la Santísima Virgen”.

Fueron palabras del arzobispo de Caracas, Cardenal Jorge Urosa Savino, durante la eucaristía que presidió el pasado 7 de agosto, en la Catedral Metropolitana de esta ciudad, con motivo de cerrar el Año Jubilar por el centenario del fallecimiento del octavo arzobispo de la iglesia caraqueña, monseñor Juan Bautista Castro.

La convocatoria para esta ceremonia religiosa fue realizada por las religiosas de la Congregación Siervas del Santísimo, encabezadas por su actual vicaria, Hermana Lilia Ramírez, contándose entre otras a la Hermana María Flor Quintero y la "Hermana Juanita" (Juana Bautista Páez López).

La hermana Ramírez agradeció al Cardenal Urosa Savino, y a otros sacerdotes y laicos por el acompañamiento durante este Año Jubilar que significó recordar y estudiar la obra de Monseñor Juan Bautista Castro.


El actual Arzobispo de Caracas, recordó que las Siervas del Santísimo son una congregación venezolana fundada por Monseñor Castro el 07 de septiembre de 1896, “algo insólito en una nación que había visto pocos años atrás cómo los gobernantes acababan con la vida consagrada”, según explicó durante la eucaristía.

“Su amor a la Eucaristía lo llevó a dar nuevo esplendor a los jueves eucarísticos, a establecer la exposición diaria del Santísimo en la Santa Capilla, lo cual hacemos hasta el día de hoy, y a propiciar la fundación, el 7 de septiembre de 1896, de la benemérita Congregación venezolana de las Siervas del Santísimo, dedicadas, precisamente, a rendir culto de adoración y entrega silenciosa de amor a Cristo presente en el Augusto Sacramento del Altar”, expresó el cardenal Urosa.

Indicó que el octavo arzobispo de Caracas, cuyo nombre de pila fue Juan Bautista Pedro Alcántara del Rosario, se distinguió por su “amor a la Eucaristía”. Igualmente expresó que el banquete eucarístico y la presencia viva de Jesús en el sacramento del altar motivaron la existencia y la acción de ese gran arzobispo de la capital venezolana.

Su amor a este sacramento admirable, fruto de su encendida fe en la presencia viva y vivificante de Cristo sacramentado, lo llevó a promover la consagración de la República al Santísimo Sacramento, el 2 de julio de 1899”, dijo el Purpurado, acotando que con ello “se fomentaba una mayor devoción y adoración de Cristo sacramentado por los fieles, así como también se colocaba a nuestra querida Patria bajo la protección del Señor sacramentado”.

A continuación la homilía del Cardenal Jorge Urosa Savino:




 MONS JUAN BAUTISTA  CASTRO, MODELO DE VIDA SACERDOTAL

Homilía en la conmemoración de los 100 años de la piadosa muerte de Mons. Juan Bautista Castro, 8º Arzobispo de Caracas.
Catedral Metropolitana de Caracas, 9 de  agosto de 2015
+Jorge L. Urosa Savino, Cardenal Arzobispo de Caracas


En acción de gracias a Dios por los dones concedidos a la Iglesia en Caracas y Venezuela a través del gran Arzobispo Juan Bautista Castro a principios del siglo XX, y con sentimientos de piadoso afecto hacia él, celebramos esta solemne eucaristía dominical, festiva y de resurrección, al conmemorar los 100 años de su tránsito al cielo. En efecto, como ya se ha dicho al inicio de esta celebración,  Mons Castro falleció en Caracas el 7 de agosto del año 1915, a los 68 años de edad, luego de una vida totalmente entregada al servicio de Dios y de su santa Iglesia, en tiempos sumamente difíciles.

Sus queridas y amorosas hijas, las Siervas del Santísimo han promovido con justicia afecto esta celebración, pues no es posible pasar en silencio este aniversario, sin ponderar las virtudes, méritos y ejecutorias de este gran sacerdote y obispo caraqueño, quien, animado por el deseo de dar mayor gloria a Dios, fundara esta ínclita Congregación religiosa venezolana

MONS CASTRO Y LA EUCARISTÍA

Las lecturas de este domingo nos proporcionan hermosos elementos para la reflexión, muy apropiados para esta ocasión, en la que recordamos a Mons. Juan Bautista Castro. En la primera lectura, del libro primero de los Reyes, recordamos como el Señor dio alimento y bebida, y con ello fuerza y entusiasmo, al profeta Elías, para que continuara su camino y su misión (19,4-8). Era una figura de  la Eucaristía. En el Evangelio, escuchamos las palabras de Cristo “pan vivo bajado del cielo”, que se ofrece a si mismo a nosotros como el pan de la vida, el pan que es su propia carne, “para que el mundo viva” (Cf. Jn 6, 41-52). Cristo anunciaba así el prodigio de la Eucaristía, para luego instituirla en la Última Cena.

La liturgia de hoy presenta pues, a la contemplación del pueblo católico a lo largo del mundo, el misterio de la Eucaristía, es decir, la realidad salvífica de Cristo que se ofrece por nosotros en la cruz y sacramentalmente en la Cena del Jueves Santo, y todos los días sobre nuestros altares. Y lo hace “para que el mundo viva” (Jn 6,52).

El es “el pan vivo bajado del cielo”, para que todo el que lo coma tenga la vida eterna. La Eucaristía, mis queridos hermanos, es la manifestación más concreta de la inmensidad del amor de Cristo que en la cruz se entregó a la muerte por nuestra salvación. Pues en ella se conmemora, se actualiza sacramentalmente, de manera incruenta, el sacrificio del Calvario, en forma de banquete sagrado. Y nosotros, al considerar esa realidad, nos llenamos de alegría, pues hemos sido redimidos por su sacrificio, y estamos permanentemente invitados a participar en este banquete, para identificarnos con Cristo, para tener vida, para vivir de acuerdo a su palabra y llegar así a la salvación.

Comparto con Ustedes estas reflexiones porque, si algo distinguió al insigne Arzobispo Castro, fue su amor a la Eucaristía. El banquete sacrificial eucarístico y la presencia viva de Jesús en el augusto sacramento del altar motivaron la existencia y la acción sacerdotal de ese gran Arzobispo. Su amor a la Eucaristía lo llevó a dar nuevo esplendor a los jueves eucarísticos, a establecer la exposición diaria del Santísimo en la Santa Capilla, lo cual hacemos hasta el día de hoy, y a propiciar la fundación, el 7 de septiembre de 1896, de la benemérita Congregación venezolana de las Siervas del Santísimo, dedicadas, precisamente, a rendir culto de adoración y entrega silenciosa de amor a Cristo presente en el Augusto Sacramento del Altar.

Mons Castro, formado por grandes sacerdotes, y bajo la tutela del valiente Arzobispo Silvestre Guevara y Lira, cultivó un profundo amor al Santísimo Sacramento del Altar, y consagró a él toda su vida, por lo cual es modelo y ejemplo para los seminaristas y sacerdotes venezolanos. Precisamente la realidad de Cristo, pan vivo bajado del cielo, que nos da su carne para que el mundo viva, fue el centro de su piedad y de su apostolado sacerdotal, dedicado también a fomentar la santidad de los sacerdotes, ministros de la Eucaristía. Su amor a este sacramento admirable, fruto de su encendida fe en la presencia viva y vivificante de Cristo sacramentado, lo llevó a promover la consagración de la República al Santísimo Sacramento, el 2 de julio de 1899. Con ello se fomentaba una mayor devoción y adoración de Cristo sacramentado por los fieles, así como también se colocaba a nuestra querida Patria bajo la protección del Señor sacramentado.

MONS. CASTRO, EJEMPLO DE ARDOR APOSTÓLICO

La última etapa del siglo XIX en Venezuela fue muy dura para la Iglesia. El Presidente Guzmán Blanco, ambicioso de poder y envidioso de la influencia del clero en la vida de la sociedad venezolana, quiso subyugar al Arzobispo de Caracas, y por ello, ante la negativa del Arzobispo Guevara y Lira a celebrar con un acto religioso una victoria militar del gobierno, lo exiló del país. Lamentablemente no hubo fuerzas que se opusieran a esa flagrante injusticia.

Pues bien: en esa nefasta época, demostrando gran valentía se consagró sacerdote Juan Bautista Castro, consciente de las dificultades que viviría en un país sometido a los arbitrios de sus gobernantes. Había nacido el 19 de octubre de 1846, y quedó huérfano siendo niño. Muy joven quiso consagrarse a Dios, y dedicarle a El y a la Iglesia las grandes cualidades de que estaba dotado. Realizó con lujo sus estudios y se doctoró en sagrada teología. Fue ordenado sacerdote el 25 de diciembre de 1870, no en Caracas, sino en Barcelona, donde estaba en esos momentos el Arzobispo Guevara, de viaje hacia el exilio en Trinidad. Como sacerdote en Caracas fue sucesivamente designado para varios cargos importantes, y se destacó como celoso párroco, especialmente en Maiquetía. Se esforzó por divulgar la verdad del evangelio y la doctrina de la Iglesia, y para ello fundó primero El Ancora, y luego, en 1990,  junto con otros beneméritos sacerdotes, entre ellos Antonio Ramón Silva, más tarde Obispo de Mérida, Nicanor Rivero, y Miguel Espinosa, el Diario La Religión.

Gracias a sus grandes dotes de inteligencia, y a sus excelentes estudios académicos fue un destacado orador y escritor. Desde joven descolló en las actividades pastorales. Ocupó, entre otros cargos, el de Rector del Colegio Episcopal, que así se llamaba en esa época el centro donde se formaban los futuros sacerdotes, pues el dictador Guzmán había prohibido el funcionamiento del Seminario. Más tarde, en el año de 1900, aún sin ser Arzobispo de Caracas, fue él quien obtuvo del Presidente Cipriano Castro la autorización para la reapertura del Seminario.

 Tenía clara conciencia de que, contrariamente a una corriente de pensamiento presente en aquella época en un sector del clero venezolano, la labor del sacerdote no debe contaminarse con la actividad estrictamente política, más bien dicho, partidista.  Y fue siempre un celoso promotor de una vida sacerdotal virtuosa y santa, como corresponde a los llamados a ser ministros del altar.

Mons Castro fue víctima de las ambiciones e incomprensiones de un grupo de sacerdotes. Siendo él Vicario General del Arzobispo Uzcátegui, quisieron desconocer su autoridad, pues pretendían ejercer el gobierno de la Arquidiócesis que el detentaba. Fue así como, debido a la enfermedad del Arzobispo, que le impedía gobernar la Arquidiócesis, quisieron declararlo inhábil y, al mismo tiempo rechazar la autoridad de su Vicario General. Gracias a Dios, la Santa Sede intervino y sostuvo la autoridad de Mons. Castro como Vicario General, poniendo así fin al conflicto planteado. Más tarde, el Papa lo nombró Arzobispo de Caracas, y lo invitó a Roma para que recibiera en la Ciudad Eterna la ordenación episcopal, lo cual tuvo lugar el 6 de enero de 1904.

SU OBRA PREDILECTA: LAS SIERVAS DEL SANTÍSIMO

Una vez ungido con el carácter episcopal, el Arzobispo Castro desarrolló una estupenda actividad pastoral, dándole así gran impulso a la vida de la Iglesia. Fue gran promotor de la unidad del episcopado venezolano, pues dio inicio a las asambleas o Conferencias de los Obispos; promovió en ellas la importantísima Instrucción Pastoral, un manual con normas e indicaciones prácticas para la vida pastoral, que orientó hasta 1957 la acción de la Iglesia en toda Venezuela. Y, entre otras cosas, impulsó en Caracas la realización del Primer Congreso Eucarístico de América Latina.

Pero hay más: Su amor a Cristo, su piedad, su dedicación a la Iglesia y su deseo de fomentar el culto a Cristo sacramentado lo llevaron a promover la fundación de una Congregación religiosa, algo insólito en una nación que había visto pocos años atrás cómo los gobernantes acababan con la vida consagrada. Sin embargo, la labor de Mons Castro, su fortaleza y tenacidad, así como la fe y el empuje, el entusiasmo, la piedad y la determinación de las jóvenes que iniciaron esa bellísima aventura en nuestra patria, triunfaron sobre las contrariedades, y así surgió esa hermosísima Congregación femenina venezolana, que adorna la vida de la Iglesia en Caracas y en todo el País: las Siervas del Santísimo. Hoy las hijas de nuestro gran Arzobispo Castro, mantienen viva la llama el amor eucarístico de nuestra Iglesia caraqueña y venezolana, y junto con tantas otras congregaciones religiosas, son un ejército de almas selectas, consagradas a la evangelización y al servicio de la juventud, de los más pobres, y del Altar.

Mons Castro fue realmente un extraordinario sacerdote, ejemplo de entrega, de amor, de virtudes, de celo pastoral, para los sacerdotes de todos los tiempos. Fue un gran Arzobispo, que dio nuevo impulso a la vida de la Iglesia en el país. Fue un hombre virtuoso y digno, valiente y emprendedor, entregado a la gloria de Dios, y lleno de tierna devoción por la Santísima Virgen. Como relatan sus biógrafos, a ella dirigió suplicante sus últimas palabras, el 7 de agosto de 1915: Exclamó, lleno de amor y fe: “O clemens, o pia, o dulcis Virgo Maria”.

CONCLUSIÓN

Bendigamos al Señor por habernos concedido al inicio del siglo XX este gran Arzobispo de Caracas que fuera S.E. Mons Juan Bautista Castro. Sus ejecutorias, su ejemplo y enseñanzas lo mantienen vivo entre nosotros. Imitemos su profunda fe y su vivo amor a la Eucaristía, promoviendo la participación en la Santa Misa, especialmente los domingos, y la adoración y el homenaje a Cristo presente en el Santísimo Sacramento el Altar. 

Pidamos a Dios hoy, al conmemorar los cien años de su partida al cielo, que nos conceda en Venezuela, y especialmente en Caracas, abundantes y valiosas vocaciones  al sacerdocio y a la vida consagrada, para que no falte nunca la Palabra de Dios  que ilumine el sombrío  camino  de la humanidad, ni  falte tampoco el altar y la mesa del banquete sacrificial de la Eucaristía, donde Cristo se ofrece permanentemente por nuestra salvación y felicidad.

Pidamos especialmente por las Siervas del Santísimo, sus amadas hijas, que mantienen viva su memoria; y por nuestro clero y nuestros Seminarios de Caracas, para que  formen sacerdotes según el corazón de Dios, que quieran imitar a Mons Castro en su santidad  y en su entrega generosa al servicio de Dios  para la salvación del mundo.

Invoquemos confiados para ello  la maternal intercesión de nuestra madre amorosa, la Santísima Virgen de Coromoto.  Amén.





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