Benedicto XVI explicó en su
última audiencia general como Papa que su decisión de renunciar al Pontificado
no significa bajarse de la cruz ni regresar a una vida privada, pues cuando
aceptó ser Sumo Pontífice en 2005 sabía que era un servicio a la Iglesia para
siempre.
Ramón Antonio Pérez
Fotos: InterMirifica.Net
Ciudad del Vaticano, 27 de febrero 2013.- Benedicto XVI celebró este miércoles
27 de febrero la última audiencia
general de su pontificado, en la Plaza de San Pedro, a la que concurrieron más
de doscientas mil personas para saludarlo, y explicó que su decisión de
renunciar no significa bajarse de la cruz ni regresar a la vida privada.
“No regreso a la vida
privada, a una vida de viajes, encuentros recepciones, etc. No abandono la cruz
sino que permanezco de un modo nuevo junto al Señor Crucificado”, dijo el Papa,
cuya renuncia se materializa este 28 de febrero.
El Santo Padre afirmó que a
partir de la noche del jueves “dejaré de llevar la potestad de gobierno, pero
permanezco en el entorno de san Pedro con el servicio de la plegaria”. Y reconoció
haber tenido momentos “de gloria y de luz” y momentos “de aguas agitadas y
viento contrario” a lo largo de estos casi ocho años, “pero en ningún momento
me he sentido solo”.
Benedicto XVI manifestó
sentir “una gran confianza, porque sé, porque sabemos todos, que la Palabra de
verdad del Evangelio es la fuerza de la Iglesia”.
El Papa agradeció la ayuda
recibida de los cardenales de todo el mundo y de la Curia vaticana, así como la
ayuda de los embajadores, y también de los periodistas.
Cartas de agradecimiento
Agradeció también las miles
de cartas recibidas en las últimas semanas de muchos de fieles corrientes “que
me escriben como hermanos y hermanas, como hijos e hijas, con el sentido de una
relación familiar muy afectuosa”, a las que se sumaron también cartas de jefes
de Estado y otros personajes muy importantes del mundo.
El Papa subrayó que en esas
cartas y mensajes de personas sencillas “se puede tocar lo que es la Iglesia:
no es una organización, no es una asociación para fines religiosos o
humanitarios, sino un cuerpo vivo, una comunión de hermanos y hermanas en el
Cuerpo de Jesucristo”.
El Papa recordó que ha dado
el paso de renunciar “en la plena conciencia de su gravedad y de su novedad,
pero también con una profunda serenidad de ánimo”, pues “amar a la Iglesia
significa tener la valentía de tomar decisiones difíciles, dolorosas, teniendo
siempre delante el bien de la Iglesia y no el propio”.
Durante sus catequesis pidió
a la feligresía católica que “me recordéis delante de Dios y, sobre todo, que
recéis por los cardenales llamados a una tarea muy relevante y por el nuevo
Sucesor del Apóstol Pedro. Que el Señor lo acompañe con la luz y la fuerza de
su Espíritu”.
Texto Completo Pronunciado
por el Santo Padre:
“Como el apóstol Pablo en el texto bíblico que hemos escuchado, yo también siento en mi corazón que ante todo tengo que dar gracias a Dios que guía a la Iglesia y la hace crecer, que siembra su Palabra y alimenta así la fe en su Pueblo. En este momento mi corazón se expande y abraza a la Iglesia extendida por todo el mundo, y doy gracias a Dios por las "noticias" que en estos años de ministerio petrino he recibido sobre la fe en el Señor Jesucristo, y sobre la caridad que circula realmente en el cuerpo de la Iglesia y hace que viva en el amor, y sobre la esperanza que nos abre y nos orienta hacia la plenitud de la vida, hacia la patria celestial”.
Siento que os llevo a todos conmigo
en la oración, en un presente que es de Dios, en el que recojo cada uno de los
encuentros, cada uno de los viajes, cada visita pastoral. Todo y todos reunidos
en oración para confiarlos al Señor, porque tenemos pleno conocimiento de su
voluntad, en toda sabiduría e inteligencia espiritual, y por qué nos
comportamos de una manera digna de Él y de su amor, llevando fruto en toda
buena obra.
En este momento, dentro de mí hay
mucha confianza, porque sé, porque todos sabemos que la palabra de verdad del
Evangelio es la fuerza de la Iglesia, es su vida. El Evangelio purifica y
renueva, da fruto, en todo lugar donde la comunidad de los creyentes lo escucha
y recibe la gracia de Dios en la verdad y en la caridad. Esta es mi confianza,
esta es mi alegría.
Cuando, el 19 de abril de hace casi
ocho años, acepté asumir el ministerio petrino, tenía esta firme certeza que
siempre me ha acompañado, esta certeza de la vida de la Iglesia, de la Palabra
de Dios. En aquel momento, como ya he dicho varias veces, las palabras que
resonaban en mi corazón eran: Señor, ¿por qué me pides esto? Y ¿qué me pides?
Es un gran peso el que colocas sobre mis hombros, pero si Tú me lo pides, con
tu palabra, echaré las redes, seguro de que me guiarás, también con todas mis
debilidades. Y ocho años después puedo decir que el Señor realmente me ha
guiado, ha estado cerca de mí, he podido percibir su presencia todos los días.
Ha sido un trozo de camino de la Iglesia, que ha tenido momentos de alegría y
de luz, pero también momentos difíciles; me he sentido como San Pedro con los
Apóstoles en la barca del lago de Galilea: el Señor nos ha dado muchos días de
sol y de brisa ligera, días en que la pesca ha sido abundante; también ha
habido momentos en que las aguas estaban agitadas y el viento contrario, como
en toda la historia de la Iglesia, y el Señor parecía dormir. Pero siempre supe
que en aquella barca estaba el Señor y siempre he sabido que la barca de la
Iglesia no es mía, no es nuestra, sino que es suya. Y el Señor no deja que se
hunda: es El quien conduce, ciertamente también a través de los hombres que ha
elegido, porque así lo quiso. Esta ha sido una certeza que nada puede empañar.
Y por eso hoy mi corazón está lleno de gratitud a Dios porque no ha dejado
nunca que a su Iglesia entera y a mí, nos faltasen su consuelo, su luz, su
amor.
Estamos en el Año de la fe, que he
proclamado para fortalecer nuestra fe en Dios en un contexto que parece dejarlo
cada vez más en segundo plano. Me gustaría invitar a todos a renovar la firme
confianza en el Señor, a confiarnos como niños en los brazos de Dios, seguros
de que esos brazos nos sostienen siempre y son lo que nos permiten caminar
todos los días, también entre las fatigas. Me gustaría que cada uno se sintiera
amado por ese Dios que ha dado a su Hijo por nosotros y nos ha mostrado su amor
sin límites. Quisiera que cada uno de vosotros sintiera la alegría de ser
cristiano. Hay una hermosa oración que se reza todas las mañanas y dice:
"Te adoro, Dios mío, y te amo con todo mi corazón. Te doy gracias por
haberme creado, hecho cristiano... " Sí, alegrémonos por el don de la fe;
es el don más precioso, que ninguno puede quitarnos! Demos gracias al Señor por
ello todos los días, con la oración y con una vida cristiana coherente. !Dios
nos ama, pero espera que también nosotros lo amemos¡
Pero no es sólo a Dios, a quien
quiero dar las gracias en este momento. Un Papa no está sólo en la guía de la
barca de Pedro, aunque sea su principal responsabilidad, y yo no me he sentido
nunca solo al llevar la alegría y el peso del ministerio petrino, el Señor me
ha puesto al lado a tantas personas que, con generosidad y amor a Dios y a la
Iglesia, me han ayudado y han estado cerca de mí. Ante todo. Vosotros, queridos
hermanos cardenales: vuestra sabiduría y vuestros consejos, vuestra amistad han
sido preciosos para mí. Mis colaboradores, empezando por mi Secretario de
Estado, quien me ha acompañado fielmente en estos años; la Secretaría de Estado
y toda la Curia Romana, así como a todos aquellos que, en diversos ámbitos,
prestan su servicio a la Santa Sede: tantos rostros que no se muestran, que
permanecen en la sombra, pero que en silencio, en su trabajo diario, con
espíritu de fe y de humildad han sido para mí un apoyo seguro y confiable. Un
recuerdo especial para la Iglesia de Roma !mi diócesis! No puedo olvidar a los
hermanos en el episcopado y en el sacerdocio, a las personas consagradas y a
todo el Pueblo de Dios en las visitas pastorales, en los encuentros, en las
audiencias, en los viajes, siempre he recibido mucha atención y un afecto
profundo. Pero yo también os he querido, a todos y a cada uno de vosotros sin
excepción, con la caridad pastoral, que es el corazón de cada pastor,
especialmente del Obispo de Roma, del Sucesor del Apóstol Pedro. Todos los días
he tenido a cada uno de vosotros en mis oraciones, con el corazón de un padre.
Querría que mi saludo y mi
agradecimiento llegase a todos: el corazón de un Papa se extiende al mundo
entero. Y me gustaría expresar mi gratitud al Cuerpo Diplomático acreditado
ante la Santa Sede, que hace presente la gran familia de las Naciones. Aquí
también pienso en todos los que trabajan para una buena comunicación y les doy
las gracias por su importante servicio.
+Ahora me gustaría dar las gracias
de todo corazón a tanta gente de todo el mundo que en las últimas semanas me ha
enviado pruebas conmovedoras de atención, amistad y oración. Sí, el Papa nunca
está solo, ahora lo experimento de nuevo en un modo tan grande que toca el
corazón. El Papa pertenece a todos y tantísimas personas se sienten muy cerca
de él. Es cierto que recibo cartas de los grandes del mundo – de los Jefes de
Estado, líderes religiosos, representantes del mundo de la cultura, etc.-. Pero
también recibo muchas cartas de gente ordinaria que me escribe con sencillez,
desde lo más profundo de su corazón y me hacen sentir su cariño, que nace de
estar juntos con Cristo Jesús, en la Iglesia. Estas personas no me escriben
como se escribe a un príncipe o a un gran personaje que uno no conoce. Me escriben
como hermanos y hermanas, hijos e hijas, con un sentido del vínculo familiar
muy cariñoso. Así, se puede sentir que es la Iglesia - no es una organización,
no es una asociación con fines religiosos o humanitarios, sino un cuerpo vivo,
una comunidad de hermanos y hermanas en el Cuerpo de Jesucristo, que nos une a
todos. Experimentar la Iglesia de esta manera y casi poder tocar con las manos
la fuerza de su verdad y de su amor es una fuente de alegría, en un tiempo en
que muchos hablan de su decadencia. Y, sin embargo, vemos como la Iglesia hoy
está viva.
En estos últimos meses, he sentido
que mis fuerzas han disminuido, y he pedido a Dios con insistencia en la
oración que me iluminase con su luz para que me hiciera tomar la decisión más
justa no para mi bien, sino para el bien de la Iglesia. He dado este paso con
plena conciencia de su gravedad y también de su novedad, pero con una profunda
serenidad de ánimo. Amar a la Iglesia significa también tener el valor de tomar
decisiones difíciles, sufridas, teniendo siempre delante el bien de la Iglesia
y no el de uno mismo.
Permitid que vuelva una vez más al
19 de abril de 2005. La gravedad de la decisión reside precisamente en el hecho
de que a partir de aquel momento yo estaba ocupado siempre y para siempre por
el Señor. Siempre - quien asume el ministerio petrino ya no tiene ninguna
privacidad-. Pertenece siempre y totalmente a todos, a toda la Iglesia. Su vida
es, por así decirlo, totalmente carente de la dimensión privada. He podido
experimentar, y lo experimento precisamente ahora, que uno recibe la propia
vida cuando la da. Dije antes que mucha gente que ama al Señor ama también al
Sucesor de San Pedro y le quieren; que el Papa tiene verdaderamente hermanos y
hermanas, hijos e hijas en todo el mundo, y que él se siente seguro en el
abrazo de su comunión, porque ya no se pertenece a sí mismo, pertenece a todos
y todos le pertenecen.
El "siempre" es también
un "para siempre" - no existe un volver al privado. Mi decisión de
renunciar al ejercicio del ministerio activo, no lo revoca. No regreso a la
vida privada, a una vida de viajes, reuniones, recepciones, conferencias, etc.
No abandono la cruz, sigo de un nuevo modo junto al Señor Crucificado. No
ostento la potestad del oficio para el gobierno de la Iglesia, sino que resto
al servicio de la oración, por así decirlo, en el recinto de San Pedro. San
Benito, cuyo nombre llevo como Papa, me servirá de gran ejemplo en esto. Él nos
mostró el camino a una vida que, activa o pasiva, pertenece totalmente a la
obra de Dios.
Doy las gracias a todos y cada uno,
también por el respeto y la comprensión con la que habéis acogido esta decisión
tan importante. Seguiré acompañando el camino de la Iglesia con la oración y la
reflexión, con la dedicación al Señor y a su Esposa, que he tratado de vivir
hasta ahora cada día y quisiera vivir siempre. Os pido que os acordéis de mí
delante de Dios, y sobre todo que recéis por los Cardenales, llamados a un
cometido tan importante, y por el nuevo Sucesor del Apóstol Pedro: el Señor le
acompañe con la luz y el poder de su Espíritu.
Invoquemos la intercesión maternal
de la Virgen María, Madre de Dios y de la Iglesia para que acompañe a cada uno
de nosotros y toda la comunidad eclesial; a Ella nos encomendamos con profunda
confianza.
¡Queridos amigos y amigas! Dios
guía a su Iglesia, la sostiene siempre, y especialmente en tiempos difíciles.
No perdamos nunca esta visión de fe, que es la única verdadera visión del
camino de la Iglesia y del mundo. En nuestro corazón, en el corazón de cada uno
de vosotros, haya siempre la gozosa certeza de que el Señor está a nuestro
lado, no nos abandona, está cerca de nosotros y nos envuelve con su amor.
¡Gracias!”
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